José de Jesús Negrete Medina o “El Tigre de Santa Julia”
Nació en Cuerámaro, Guanajuato, en agosto de 1873, hijo de José Guadalupe Negrete y Luisa Medina, quien falleció en el parto.1
El tigre partió de Cuerámaro aproximadamente a los 15 años.
Vivió en el barrio de Santa Julia (nombre de la ex Hacienda de Julia Gómez) actualmente corresponde a las colonias Tlaxpana y Anáhuac de la delegación Miguel Hidalgo en la ciudad de México.
“Cuando tenía aproximadamente 25 años visitó en compañía de una dama a su hermano Trinidad Negrete y a su cuñada María Camacho en su pueblo natal hospedándose con ellos en la Calle Morelos (hoy Galeana) y se le ocurrió hacer un robo a la tienda que estaba en la esquina del Jardín frente a la iglesia, dejando el producto de sus hechos en una casa ubicada en la esquina de la Calle del agua con Guerrero, alguien lo vio y lo denunció, sin embargo el Tigre huyó en presencia de las autoridades, retirándose del pueblo sin ser aprehendido, indicando donde estaban los artículos robados, para que los recogieran”.2
De acuerdo a las publicaciones de la época, formó una banda con Tranquilino (Tomás) Peña, Fortino Mora, Gregorio Mariscal y Pedro Mora con quienes asaltó la hacienda de Aragón. Adicionalmente forma una terrible banda de mujeres.
Todo esto tuvo como consecuencia que se convirtiera en uno de los delincuentes más buscados.3
1900 es la fecha que se tiene registrada en que el Tigre inició sus delitos graves, entre los que se encontraban: además del asalto a la hacienda Aragón, otros más a tiendas de abarrotes, al Molino de Valdés, a la oficina de correos, múltiples lesionados y asesinatos. Al ser atrapado, fue ingresado en la cárcel de Belem, de donde se fugó.
El 28 de mayo de 1906, fue aprehendido nuevamente cerca de su casa en una nopalera cuando se encontraba defecando, después de ser traicionado por Guadalupe Guerrero, con quien ese día tenía una cita de reconciliación, pero en verdad ella trataba de entregarlo a las autoridades. Esta vez lo recluyeron en el Palacio Negro de Lecumberri. Estando recluido, observó buena conducta y aprendió un oficio y también a leer y escribir apoyado por el Sr. Liceaga director del penal.
Al conocer su sentencia, solicitó la gracia del indulto al Sr. Presidente de la República Don Porfirio Díaz y al negársele recurrió por último a Doña Carmelita para que intercediera por el acusado, sin embargo todo falló y la sentencia se cumplió.
Finalmente, fue fusilado en la Ciudad de México el 22 de diciembre de 1910, cuando tenía treinta y siete años de edad.
Ese día 22 de diciembre de 1910 a las tres de la mañana reinaba en la prisión un silencio absoluto.
A las cuatro de la mañana inició un rumor ligero que poco a poco fue creciendo producto de ciudadanos de todos los niveles que ahí se citaron, algunos intentaban evitar la ejecución, otros por curiosidad, también se encontraban gendarmes montando guardia tratando de mantener el orden y otros que habían sido designados para ejecutar al reo.
El condenado despertó y se preguntó ¿Porque estaba ahí?, ¿que era todo aquel alboroto? ¿Por qué un sacerdote; cuidadoso y callado, deslizándose como una sombra, iba de un lado a otro del altar, veía las velas que flameaban frente a la imagen de la virgen colocada en la celda, un grueso misal y el áureo copón?
-¿Qué hora es, padre?
-Las cinco, hijo mío-contestó dulcemente el padre Villaláin.
-Entonces, he dormido mucho.
-Dios que es piadoso, te envió el sueño para hacerte más llevadero el sufrimiento ¿vas a confesarte, verdad?
-No padre…. No insista. Es inútil…. Estoy bien resuelto a no hacerlo. Oiré la misa con toda devoción, pero no me confesaré.
El silencio de muerte que rodeó el lugar, continuó en el transcurso de la última noche de su vida.
“Llegó al cadalso sin dejar un momento la máscara de indiferencia que presentó durante las horas de capilla, mostrando un semblante tranquilo y dirigiendo curiosas miradas a cuanto le rodeaba, como deseoso de llevarse una postrera impresión”.
Negrete antes de encaminarse al patíbulo, encendió el último puro con una firmeza notable de pulso, pues ni siquiera hizo oscilar la lumbre, ya esposado, el puro le quedó entre los dientes y con él llegó hasta el funesto paredón, allí el sacerdote le puso el último escapulario y en seguida se retiró a un lado.
El Tigre se quedó un momento quieto, pero luego, volviéndose hacia donde estaban los funcionarios, testigos de la ejecución, les gritó
“Adiós todos, señores, perdónenme. ¡Viva México!” Fueron sus últimas palabras. Esos fueron los encabezados que el diario capitalino “El Imparcial”, publicó el 22 de diciembre de 1910, tras ser fusilado José de Jesús Negrete Medina el Tigre de Santa Julia.
Se colocó para recibir los tiros presentando el pecho y echando la cabeza hacia atrás, para no ser herido en la cara.
Eran las seis y veinticinco cuando la espada del comandante dio la señal de hacer fuego.
La descarga se produjo, pero solo cuatro de los tiradores fueron los que a tiempo apretaron el gatillo de su arma pues el quinto lo hizo tres o cuatro segundos después cuando ya el ajusticiado había rodado por tierra con solo dos balazos en el cuerpo; pues de los cuatro disparos, solo dos hicieron blanco y en cuanto al quinto fue al aire.
El doctor se acercó al ajusticiado para ver si estaba muerto, pero en ese momento Negrete que había caído de espaldas medio doblado al grado de que su pie derecho quedaba a la altura de su cabeza, abrió los ojos moviéndolos vertiginosamente, por lo que se ordenó que se le diera el tiro de gracia.
El cabo del pelotón se acercó con el rifle y lo apoyó en la sien del moribundo tirando del gatillo.
Por segunda vez se acercó el doctor y el sentenciado dio una nueva señal de vida una profunda aspiración denunció su vitalidad y determinó que se ejecutara un segundo tiro de gracia en la cabeza penetrando en el temporal izquierdo. Negrete murió sin haberse dejado vendar los ojos, pues suplicó que se le dejara ver llegar la muerte.
A las 6:27 am Jesús Negrete pagó en el patíbulo todos sus crímenes.
1 Fotografía Revista de Revistas, dic 2001. P. 42 y 43.
2 Paula Negrete Gaytán.
3 Revista de Revistas, dic 2001. P. 42 y 43.